miércoles, 23 de septiembre de 2009

Las intenciones dejan mocos.

Babosas al babor.

Si las babosas cortan demasiado el bacalao, pon sus barbas a remojar.
No sea babuino y pongasé en las nalgas, baca de la tela tejana, no sea que vea el Moncayo, sin necesidad de pasar por Tarazona.
A ver si te chilabas o te babuchas, que hueles a bacalao. Y por el olor de conozco. ¡Te conozco, bacalao!

jueves, 17 de septiembre de 2009

En la torre.

En la torre de Babel, la confusión razona.
Unos están en Babia, tierra lejana para intrépidos Bobalicones. Otros tienen muy mala Baba. Al fondo, en un rincón, los que necesitan Babero para no mancharse de tanto comer. Al frente, los tiernos, la carne de Babilla, los que se romperán la rótula al caer.

En la torre de Babel, se huele a cementerio.
La gripe E, el síndrome R y la fiebre E, campan a sus anchas en pandilla de pandemia. Pronto pisaremos a nuestros muertos.

En el ultimo piso, no esta el más listo, pero si, el que más sabe.

Un día Octubrino estaba sentado en el suelo de la azotea, detrás de las cuclillas de su primo, esperando ver el sol naranja despuntar en el cielo, y a su otro primo agitar los brazos en señal de victoria después de llamar a todos los que vivían en Babel por su nombre. Pero lo que no esperaba es que la mayoría aprendieran hablar ruso.

Los babirusos pusieron cerco a Octubrino en Babel.

martes, 15 de septiembre de 2009

La Desaparición. Tercera parte.

Antonio se acercó poco a poco al número 17 de la calle Río, con una sensación siniestra y trágica. Observó que aunque la calle estaba llena de escombros y arenilla por todas partes, los peldaños de entrada al edificio y el suelo del patio, estaban excesivamente sucios.
Empujó la puerta y se abrió, debía quedarse abierta. Siguió un rastro de pisadas que subían por la escalera. La casa, como la mayoría de las del barrio, se construyó en los años cincuenta, era de poca altura y sin ascensor.
Subió hasta el rellano del tercero. Las huellas morían en la puerta de la izquierda.

-¿Qué vas a hacer? – sorprendió Pedro a Antonio con su pregunta.
- Llamar –y así lo hizo.

La puerta se abrió lentamente, apareció el hombre que antes había observado Antonio. Tenía unos sesenta y pocos años, las manos finas y el pelo cano.

-Buenos días –en su boca una sonrisa, en sus ojos un contexto inoportuno.
-Buenos días –dijo Antonio de manera decidida- me preguntaba que pasa con estas obras, que nos están volviendo locos.
- Si –al hombre le pareció absurdo su comentario.
- Son una molestia, no se puede pasar de un lado a otro de la calle, hay que dar rodeos para llegar a los sitios, los coches se acumulan al estar cortadas las calles, los ruidos de las obras, la suciedad que entra en las casas –y miró que en la alfombra de la entrada de la casa existían diversas pisadas.

Antonio había reparado mientras subía que ni él, ni Pedro, habían manchado tanto los escalones.

- Si, por lo menos por la noche nos dejan descansar –intervino el hombre bajo el marco de la puerta.
- Si, por la noche las calles están tranquilas y vacías –Antonio percibió la contrariedad del hombre- ¿Se ha enterado de lo del chico que ha desaparecido?

El azar, la ruleta, una bola que gira y da saltos, Pedro gritó, ¡treinta y seis rojo!, la suerte esta echada, la bola se acerca al treinta y seis rojo.

Todo ocurrió a la vez.

Dentro de la casa, se oyó un ruido, algo parecía que se había caído. En el rostro del hombre que había abierto la puerta se desencajó. Sin avisar, Pedro entró corriendo en la casa.

-¿Vive solo? –Antonio creía que era así.
-A usted que le importa –el hombre se había recuperado pese a que el nerviosismo le invadía.

Pedro desde el fondo del pasillo, aseveraba con la cabeza, había alguien allí dentro.

-¿Quién hay ahí dentro? -Alzó la voz Antonio.

De un empujón apartó al hombre, y entró atravesando el pasillo. Antonio esperaba encontrarse con algo sorprendente. Pedro continuaba mirando hacia el interior de la habitación que parecía el salón. A Antonio, le volvió la sensación mezcla de abominación y tragedia. Su corazón se aceleró. Percibía el final del drama.

-¿Que ocurre? –otro hombre anciano, plegado por los años, también de unos sesenta años, se puso en alerta

-No lo sé muy bien aún, pero lo que yo le diga, ¡eh! –Aguardó unos segundos para recuperarse de la turbación- ustedes saben lo que le ha pasado a Miguel.

-Este hombre esta mal de la cabeza, en el barrio lo conocen por un pirado que habla solo –habló el primer hombre que había llegado a la habitación detrás de Antonio- Ande váyase y déjenos tranquilos.
- De aquí no nos vamos –soltó Pedro- estoy viendo a Miguel. Esta ahí delante de ti, Antonio, y me esta diciendo que éste –Pedro estaba señalando al segundo hombre- le ha matado.

Hasta ese momento, Antonio no había sentido miedo. Ando hasta la entrada de la habitación, como si se fuera a ir, pero en realidad estaba buscando una vía de escape.

- Lo sé todo –se la jugó- La bici la han encontrado en un contenedor, y por la suciedad que hay aquí y por toda la escalera, Miguel esta enterrado en alguna zanja no muy lejos de aquí, ¿para que arriesgarse a ser descubiertos llevando el cadáver por ahí aunque por la noche no haya nadie?

Hay silencios que son los preámbulos de la confesión.

- Yo no fui, se lo juro. Cuéntale Julio, cuéntale que fue un accidente –el primer hombre quería desahogarse.
- No nos van a creer.
- Me hizo chantaje. Julio, es un antiguo amigo que ha salido de la cárcel, vino ayer por sorpresa para reclamarme un asunto de hace años.
- Hijo de puta, por tu culpa me metieron en la cárcel. Traidor. –giro la cabeza y se dirigió a Antonio- Y cuando me enteré dónde vivía, me vine a por él, y a por el dinero que se quedó de nuestros negocios –volvió sobre ex compañero- que bien has vivido, con nuestro dinero y con el pasado olvidado.
- Estábamos discutiendo, cuando se presento Miguel sin previo aviso -continuó el primer hombre- Yo le apreciaba, alguna vez habíamos jugado a la petanca y le dije que un día le enseñaría mi colección de zapatos. Yo coleccionó todos los zapatos que he llevado en mi vida, desde chico. No sé por qué le deje pasar. Seguramente por qué pensaba que Julio se relajaría. Pero por desgracia unos minutos más tarde, Julio y yo volvimos a la discusión. En ella Julio me agarró, nos zarandeamos, yo me deshice de él y salió rebotado, llegando a Miguel, y le empujó. Cayó sobre el canto de la mesa, el trompazo fue tremendo, y se desnuco. Entonces, fue cuando me chantajeo. Me dijo que si no le ayudaba a ocultar el cuerpo, les diría a todos que había sido culpa mía, y que se enteraría la gente que había sido un delincuente, y mi vida tranquila se terminaría.
- Yo no quiero volver a la cárcel –grito Julio.

El ex presidiario sacó una pistola de su pantalón, Antonio salió corriendo, sin mirar atrás. Sabía que Pedro no corría ningún peligro. Sintió cerca de su oreja el impacto de una bala sobre la pared. Cuando ya llegaba a la escalera, los dos hombres en el interior de la casa chillaban. Escuchó tres percusiones más.

Horas más tarde el policía alto y flaco, habló con Antonio. Le confirmó lo que ya sabía. Miguel había aparecido muerto en la zanja más cercana a la casa de Juan José. Este había fallecido de un tiró en el pecho, de la pistola de Julio Robles, en el forcejeo posterior a la huida de Antonio. Y aquel se había suicidado, disparándose con el cañón de la pistola en la boca.

- Nunca te imaginas que una desaparición va a terminar de una manera tan trágica –comentó Patricio.
- Si no eres un fatalista, se puede poseer el instinto sano, de que todo va a salir bien – se mostró filosófico Antonio.
- Aunque, a veces, como se dice, piensa mal y acertaras.

Ambos se miraron a los ojos.

- Claro, aunque se puede pensar mal de tantas maneras –concluyó Antonio.

Pedro se encontraba a su lado, le sonrió y le convidó para que le acompañara. Antonio se despidió de Patricio.

Antonio y Pedro se dirigieron a su casa, con cuatro kilos de naranjas, 100 gramos de jamón y queso. Y de una de las manos de Antonio salían espirales de humo.

- ¿No huele a tabaco?

lunes, 14 de septiembre de 2009

La Desaparición. Segunda parte.

Antonio permaneció cerca de los coches policiales esperando que algo ocurriera. Mientas intentó comenzar conversación con Joaquín Marquina y Braulio Minguez, los dos escaparon con excusas, pese a que Antonio, les cogía del brazo.

Como un hámster en una jaula subió y bajó la acera destrozada por las obras. Inaceptablemente para Antonio, nadie salía del portal dónde vivía la familia de Miguel. Un hombre de mediana edad, alto y flaco vestido de policía salió por fin. Detrás de él, venían tres policías más.
El hombre alto y flaco, que parecía el de mayor graduación, nada más salir se buscó algo en los bolsillos. Un leve gesto de satisfacción indicó que había encontrado lo que buscaba. Sacó un cigarrillo de una cajetilla, y ofreció tabaco a sus compañeros. La llama de un mechero se acercó a su cara.

- Caballero, ¿fuego? – Antonio mostraba una sonrisa hasta cierto punto maléfica.
- Gracias –respondió el policía alto y flaco.

Pasaron uno a uno, el resto de policías, por la llama de Antonio, se comenzó a respirar un aire de camarería. A Antonio le vino el recuerdo de cuando estuvo en el desierto, en sus noches frías, cuando se reunía con sus compañeros de tropa alrededor de una hoguera para calentarse y liar tabaco.

- Que jóvenes son ustedes, y además policías, así uniformados, me viene a la memoria mi época de soldado en el Sidi Ifni.
- ¿En guerra del 58?
- De octubre a abril, en las tierras africanas españolas.
- Me entusiasman las guerras africanas. Mi abuelo me contaba historias de cuando estuvo en Marruecos.
- Nada comparable al Sidi Ifni, nosotros estuvimos en el Vietnam español, mucha gente volvió muy tocada, lo que yo te diga, ¡eh!

Por un momento se hizo de noche, imágenes de guerra asaltaron su razón, Pedro se encuentra a su lado, de pronto ráfagas de metralleta, las balas se acercan, Antonio se tira sobre Pedro, caen heridos.

Los cuatro afirmaron con la cabeza.

- Pobres –acertó en su reflexión el policía de menor estatura, y otra vez, todos asintieron con la cabeza y el cuerpo.

En ese instante Pedro apareció mirando a Antonio parecía que coincidía pero lo que le indicaba con la mirada era que era el momento de preguntar.

- ¿Algo sobre el chico? –Antonio se decidió.
- Pues, no sabemos mucho aún, salio de la tienda ayer a eso de las siete con la bici, la han encontrado tirada en un contenedor de la obra bajo unos plásticos por lo tanto con la bici no ha podido ir muy lejos.
- Que haya aparecido de esa manera, no es un buen síntoma –especuló Antonio.
- No, la verdad –coincidió el policía algo y flaco- tenemos que hablar con su entrono, amigos, vecinos, aunque aun es pronto, solo han pasado unas horas, ya sabe como son los jóvenes, tal vez tenga algún motivo para esconderse.
- Las malas notas, algún amorío, que se haya enfado con sus padres.
- Tiene trece años, no creo que sea un Romeo para que exista una Julieta. Sus padres, me han hablado muy bien de él, en los estudios, en su comportamiento,…, no sé.
- No te fíes, lo que yo te diga, ¡eh!
- No descartaremos ninguna posibilidad –sonriendo comenzó a desplazarse, flaco y alto- vamos –y con un toque en el hombro de Antonio se despidió el teniente Patricio.

Llevaba los dedos de las manos medio estrangulados. Las asas de las bolsas con sus cuatro kilos de naranjas, el jamón y el queso, habían conseguido que los dedos se amorcillaran.

- Si pudiera te ayudaría – le dijo Pedro.
- Lo sé.

Saltando por entre las obras se encontraron a un grupo de personas que se arremolinaban, hablan alto y gesticulaban en exceso.

- Algo ha pasado –Pedro interpretó.

Al parecer un obrero había caído de una pequeña altura con tan mala fortuna, que se había debido de romper una pierna. Se retorcía de dolor. Entre dos compañeros lo subieron a un carretillo para sacarlo del campo de batalla en el que se había convertido la calle, para llevarlo a la mutua.

-Yo solo no podría levantar a ese hombre.

A Antonio le sorprendió el comentario.

Le conocía, e incluso había hablado con él un par de veces, no recordaba si habían intercambiado los nombres. Le siguió con la mirada y le vio entrar en un portal diez metros más allá.

domingo, 13 de septiembre de 2009

La desaparición. Primera parte.

Eran las diez de la mañana de un lunes. La señora María acababa de hablar con su portera, “La Controler”. Aunque las calles estuvieran levantadas por las obras de mejora de las aceras y tuberías, pronto llegaría al mercadillo del barrio. No le importaba tener que arrastrar más de la cuenta su pierna izquierda, anquilosada por la artrosis. Su único propósito era contar allí, lo que había ocurrido esa noche.

El primer puesto con el que se iba a encontrar sería la panadería, allí descubrió la insufrible Beatriz, y sus cadenas de oro. No era su mejor elección, pero estaba apunto de estallar, no se podía demorar más, debía revelar lo que conocía.

- Buenos días, Beatriz –atropelladamente le saludó.
- Buenos María, que apuro traes –le miró puntiaguda.
- Calla, calla, que no sabes de lo que me he enterado.
- Cuenta –girando su cabeza y agitando la mano dijo tras un bufido- huele terriblemente a tabaco.
- El chico de la María Jesús, la de la papelería, que ha desaparecido.
- ¡Qué me dices!
- Se fue a las siete de la tarde de casa ayer, y ya no volvió a dormir.
- ¿Y que más? –y sin esperar le volvió a exigir- Detalles María, detalles.

Como una plaga de cucarachas corrió la noticia por el mercado. Las desdichas humanas hacen correr ríos de saliva.

Al lado del cristal que protege los comestibles de la charcutería, un hombre de unos setenta años, ancho de pecho y poco pelo, escuchaba inquietamente los murmullos, como si corriera el dial de una radio a lo largo de todas las frecuencias, recibía la noticia a trompicones. Sus ojos sin extrañeza miraron de reojo a una silueta que se le aproximaba.

- ¿Has fumado? –le preguntó a lo que ya era una forma.
- ¿Por?
- Huele a tabaco.
- Ya sabes que no puedo fumar.
- ¿Estas escuchando?- preguntó Antonio, a su amigo Pedro.
- Ha pasado algo ¿verdad?
- Miguel, el hijo de la María Jesús, falta de casa desde ayer.
- ¿Qué ha podido pasar? – preguntó Pedro.
- ¿Tengo que responder?-se hizo el indiferente un leve instante de tiempo- se pueden imaginar tantas conjeturas, pero no tengo ninguna base para decidirme por alguna.
- No te hagas de rogar –mirando a lo expuesto tras la cristalera- tiene mejor pinta el jamón donde Ramón.
- Que tontería ¿verdad? –mientras reía aparatosamente- no la del jamón, si no lo de no querer suponer. No te voy a hacer caso, no tienes ni idea de elegir jamón, ¿cuantas veces hemos comido jamón salado por tu culpa? –y con las manos hace el gesto de muchas- lo que yo diga, ¡eh!

Una señora que se encontraba próxima a ellos preguntó.

- ¿Habla conmigo?
- No señora, con usted no- adornó la respuesta con una sonrisa bobalicona- no se preocupe, yo hablo solo, mucha gente habla sola.

La mujer, algo enojada, se apartó y musitó “viejo chocho”.

- Ya sabes que no me ve la gente –le recordó Pedro.
- Es obvio que hablo contigo, o sea, con nadie. Si estas aquí no puedo dejar de hablarte, si eres invisible para los demás no es mi culpa, ya lo hemos hablado muchas veces.

Antonio Muñoz y su amigo Pedro Guardia, salieron del mercado tras la compra de cuatro kilos de naranjas, cien gramos de jamón de cerda y cincuenta de mortadela.

- Pedro, vamos a casa por aquí –Antonio le indicó con la cabeza su izquierda- cuidado no te caigas, así pasamos por delante de la tienda de María Jesús.
- ¿Estará abierta?
- No creo, lo que yo te diga ¡eh!.
- ¿Entonces? – Pedro le reprochó.
- Entonces nada –le miró a los ojos con comprensión- ¿o es que tienes una cosa mejor que hacer?

Antonio amaba los comercios pequeños, los de barrio de toda la vida. Él había poseído una ferretería, en el centro de la ciudad. Sabía que con la proliferación de las grandes superficies, no era un buen momento para ellos.

La papelería se encontraba cerrada, y al parecer no había nadie dentro. Antonio, se cercioró arrimándose a la cristalera y colocando sus manos encima de sus ojos para que el reflejo de la luz del exterior no deslumbrara su mirada.
Sintió la grandeza de su predicción.

- No hay nadie, Pedro, lo que yo te decía, ¡eh!

Se volvió y no vio a Pedro, pero por la otra acera transitaba esquivo Gerardo, le llamó en un grito.

- Hombre, Gerardo, ¿qué tal estas? ¿y tus gatos?
- Bien Antonio, bien, ya te dije que ya no tengo gatos –el cansancio se expresó en su rostro.
- Lo de los gatos se lo preguntas todos lo días – Pedro apareció para recordárselo a Antonio.
- Ah, si claro que se te murió Alfonsín, tu último gato, el que más querías, y te pones triste cuando te hablo de él, es verdad. Bueno hombre –Antonio puso su mano derecha sobre el hombro contrapuesto de Gerardo.
- ¡Antonio! – le reprendió Pedro.

Con los ojos desorientados, Antonio percibió su metedura de pata. Alargó el silencio todo que pudo. En ese momento el suelo se abrió y una mujer con forma de monstruo deforme le quiso atrapar para llevárselo a las profundidades del infierno y castigarle. Lo ataría a un potro de tortura, le estiraría los miembros casi hasta que se descoyuntaran, después le daría cientos de latigazos y sobre las heridas vertería vinagre.
Se aclaró la vista y la brecha que se había abierto ya no existía.

- Me ves aquí, comprobando que la tienda de María Jesús esta cerrada –Antonio se había recuperado de su fantasía- ¿te has enterado verdad?
- Si, ahora vengo de su casa, hay dos coches de policía en su calle, ¿no sé ni como han podido llegar?
- ¿La policía? Ya. –se mostró extrañado Antonio.
- Si, han encontrado la bici de Miguel, en la calle Margarita.
- Ya se puede pasar por aquí hasta la casa de Maria Jesús.
- Vete por esta acera y luego cruzas la calle a la altura de la tintorería.
- ¿Te vas a comprar algún gato?
- Yo nunca me compro gatos –con la expresión le entregó toda su antipatía.
- Los recoge de la calle o se los regalan, Antonio, por favor, vamonos –Antonio aprobó a Pedro en un acto de fe.
- Nos vamos, Gerardo, tenemos cosas que hacer.
- Si, si, tira – se notó como el cuerpo de Gerardo se liberaba y aligeraba poco a poco el paso alejándose.

Metros más adelante entre zanjas y barandillas. Antonio se dirigió a Pedro.

- No seas tan protector conmigo, joder, tengo setenta y dos años –Antonio se mostraba fastidiado.
- Es que no paras de hacer el ridículo.
- A mi edad me lo tendrían que permitir.
- Pero, es que no te das cuenta que molestas a la gente.
- ¿Cómo? ¿qué quieres decir? Anda déjame solo un rato.
- Como tú quieras.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Lo humano de las cosas.

El coche dio un traspiés.
La señal de tráfico grito.
El árbol se llevo las ramas a la copa.
Las flores miraron a otro lado.
Al pájaro le dio un ataque de ansiedad.
Los cristales estallaron en una risa.
El asfalto sintió sobre la piel de su espalda dos leves arañazos.
El airbag respiró.
El airbag respiró.
El airbag dejo de respirar.

lunes, 7 de septiembre de 2009

La monda que nos cubre.

Cielo plomizo.
Pesa al mirarlo.
Farolas encendidas, una, dos, tres... tal vez infinitas.
Cielo de humo gris cancerígeno.

Hoy no existe el cielo.
Su piel lo empaqueta en pelo de rata
Farolas encendidas, una, dos, tres... tal vez infinitas.
Cielo, sol, quizás mañana.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Ya esta



Es la bola de cristal.

martes, 1 de septiembre de 2009

Un dia en las carreras.

Su cabeza envuelta en la multitud. El ruido se vuelve ensordecedor. Los formula uno truenan al pasar por delante de la grada.

Su mirada rebasa el horizonte, allá, más allá, una polvareda se levanta. Un coche a toda velocidad cruza el desierto.

A su muñeca se enrosca un reloj. En medio de la marabunta de sonidos. El cree escuchar el tic-tac de su reloj digital.


Una mujer se abre, a empujones, paso en la multitud.
Sus ojos se cruzan con espanto. Una por lo que tiene que decir y el otro por lo que va a escuchar.

-....
-.....
-........

(ruido atronador)

Él saca una pistola de la cartuchera que porta cerca de la axila.

Dos retrocesos de la mano, dos disparos sordos, apagados por el ruido potente de los motores.

Ella cae como en un desmayo.

Algunos espectadores dejaron de ver la pista. Como una ola el publico se levanto de sus asientos para ver lo que ha ocurrido.

Mientras un hombre huye del lugar, con su tic-tac de su reloj digital.

Mal dia de carreras.